En el estado de Durango, una propuesta educativa revolucionaria demuestra que la cultura no es un complemento, sino la base misma para formar ciudadanos conscientes y transformadores.
Estos esfuerzos, aunque paliativos, destacan la urgencia de redoblar y reorientar las estrategias públicas para enfrentar un desafío de dimensiones históricas
Cuentan las crónicas antiguas que en la tierra del maíz, el frijol y el chile, los dioses se disputaban el favor de los hombres. Hoy, en el México del siglo XXI, esa tierra fértil y milenaria es escenario de una disputa muy terrenal: la de la supervivencia de quienes la trabajan frente a la indiferencia crónica del poder.
Para los defensores a ultranza de la 4T, el panorama nacional se asemeja cada vez más a un desierto de realidades incómodas donde la única sombra en la que refugiarse es la popularidad de la presidenta Claudia Sheinbaum, que ronda el 80 %. Este dato, usado como un talismán que invalida cualquier crítica, se ha convertido en su única arma.
Las cifras, frías y contundentes, no mienten, pero su verdad palidece frente al latido acelerado al caminar por la noche, al nudo en el estómago al usar el transporte público, al susurro de advertencia que nos acompaña en la simple tarea de sacar dinero de un cajero.