MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

¿Qué sabemos de la inflación?

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Hoy en día, el problema de la inflación está en el centro de la política macroeconómica vigente, la cual plantea justamente, como su principal objetivo, controlar el alza de los precios, y ha dejado en segundo término la creación de empleo y la promoción del crecimiento económico, los que fueran los grandes asuntos de la economía keynesiana. Este giro en las prioridades de la política macroeconómica se apoya en la idea, un poco simplificada, de que una economía puede realizar su potencial de crecimiento cuando la inflación es baja y estable, pues ello permite que dicha economía sea más eficiente, facilitando una mejor asignación de los recursos escasos de que dispone entre diferentes usos y a lo largo del tiempo (Carstens, 2019). La puesta en práctica de estos planteamientos se deriva, evidentemente, de un entendimiento sobre la naturaleza de la inflación. El objeto de este artículo es, pues, contrastar la explicación que de la inflación hace la teoría económica dominante, con las contribuciones que desde otras corrientes del pensamiento económico se han hecho a este respecto.

La definición más aceptada de la inflación es la “continua subida del nivel general de precios de la economía” (Blanchard, 2017). De acuerdo con la teoría económica neoclásica, esta continua subida general de los precios tiene un origen macroeconómico: el desequilibrio entre la capacidad de compra de la población y la disponibilidad de bienes y servicios en el mercado. En términos económicos, la capacidad de compra de la población se asocia con el concepto de demanda agregada, y la disponibilidad de bienes y servicios en el mercado con el de oferta agregada. En teoría, este desequilibrio entre oferta y demanda tiene, ciertamente, una doble causa, pues puede provocarse por choques o movimientos en cualquiera de estos dos factores: 1) por ejemplo, ya sea que la demanda aumente porque los ingresos de los consumidores aumentaron; o 2) que la oferta se contraiga, como cuando una sequía provoca la disminución de la producción de alimentos (Esquivel, 2022).

No obstante, bajo el supuesto neoclásico de que la economía capitalista genera, en todo momento, de forma automática y eficiente el pleno empleo (cuando todos los que buscan un trabajo lo encuentran), cualquier desequilibrio entre oferta y demanda se atribuye, esencialmente, a un exceso de demanda. Así, la inflación se originaría fundamentalmente por un aumento en la capacidad de compra, que se traduce en un exceso de demanda sobre la capacidad productiva del sistema. En la versión monetarista de este planteamiento, la capacidad de compra de la población se asocia con la cantidad de dinero circulando en la economía. En particular, se advierte que tanto el déficit fiscal del estado como el aumento de los salarios sobre la productividad, son dos fuentes especialmente “nocivas” de dinero excedente en la economía. De aquí que el combate a la inflación vaya acompañado, generalmente, de ajustes y candados al “excesivo” gasto público deficitario, y de la condena indiscriminada de las exigencias, por parte de los trabajadores, de aumentos salariales, por considerarlas las causas últimas de la inflación.

Por su parte, la tradición keynesiana, cuya política económica dominó en el mundo tras la Gran Depresión de 1929 hasta que la aparición de la estanflación desafió su vigencia en los años setenta, considera que, en ausencia de regulaciones adecuadas, el estado normal de la economía no es el pleno empleo, sino el desempleo involuntario generalizado. En estas circunstancias, con una considerable capacidad productiva inutilizada, el incremento de la demanda agregada, a través de un mayor gasto del estado, por ejemplo, no es necesariamente inflacionario. Puede, por el contrario, estimular la inversión, el empleo y la producción. A su vez, el aumento en la producción y el empleo resultaría en un mayor ingreso, más consumo, y un nuevo impulso al empleo y la producción, aunque de una menor magnitud al impulso inicial. Pronto, el crecimiento del empleo inducido por la política keynesiana se asoció a un mayor incremento de los salarios nominales (Phillips, 1958). Esta relación fue posteriormente reformulada en términos de una correlación inversa entre desempleo e inflación según la cual, para sostener un nivel bajo de desempleo se tendría que tolerar un alto nivel de inflación. De nueva cuenta, la inflación se asoció a excesos de demanda que se generan en las cercanías del pleno empleo (Shaikh, 1999).

Kalecki, contemporáneo de Keynes, planteaba que la raíz de la espiral inflacionaria asociada al incremento de los salarios no estaba tanto en el pleno empleo en general, sino en la incapacidad del sector de los bienes de consumo para aumentar la oferta de estos bienes. Mientras el empleo en el resto de la economía crece y los salarios aumentan, la producción de los bienes de consumo permanece inelástica, constante. Bajo estas circunstancias, los precios deben aumentar para restablecer el equilibrio entre oferta y demanda. Kalecki ejemplifica este mecanismo con lo que sucedía durante la Primera Guerra Mundial, pues mientras el empleo y los salarios en las industrias de guerra aumentaban, era imposible aumentar la producción de bienes de consumo. En este contexto, para evitar la “inflación en general”, proponía Kalecki, “hay que hacer frente a las ‘inflaciones’ en determinados sectores de productos básicos, y esto sólo puede hacerse mediante el racionamiento del gasto en bienes de consumo: para evitar la inflación, es necesario recortar el poder adquisitivo en aquellos sectores de la economía en los que este gasto se dirige a bienes escasos” (Kalecki, 1941). La inflación, tiene entonces, un componente sectorial.

No obstante, Kalecki también distinguía entre la inflación ocasionada por variaciones en la demanda (el caso de la guerra), y la determinada desde la oferta debido a cambios en los costos de producción. Las materias primas y los alimentos comprenden el primer caso, mientras que los bienes finales serían representativos del segundo. En este último caso, la producción no presenta restricciones de operación para poder suplementar un mayor volumen de mercancías en caso de ser mayormente demandadas, por lo que la inflación ocurre esencialmente cuando varían los costos de producción. En su teoría de la formación de precios, las empresas fijan sus precios tomando en cuenta dos factores: los costos promedios de la empresa y los precios de las otras empresas que producen productos similares. Si los costos promedios de una empresa en particular aumentan, su precio podrá aumentar en la misma, mayor o menor proporción dependiendo del grado de monopolio. En otras palabras, bajo el supuesto de la existencia de capacidad ociosa, el énfasis está puesto en el grado de monopolio, sobre la base del cual se fijan precios que favorecen más o menos a las grandes corporaciones en contraposición de las pequeñas, y a las ganancias respecto de los salarios (Kalecki, 1968). Para Kalecki, la inflación es, pues, una lucha distributiva por el excedente que produce la sociedad (Barker, 2022).

En Salario, precio y ganancia, Marx (1865) admitía en efecto que las proporciones entre la oferta y la demanda influyen en las variaciones de los precios. Asumiendo que ningún otro cambio se ha operado en la economía, una subida general de los salarios, argumenta Marx, elevaría la demanda de los bienes de consumo de la clase trabajadora, provocando la subida de sus precios en el mercado. A su vez, este desajuste alentaría el aumento de la oferta de estos productos. Sin embargo, al proceso de nivelación entre oferta y demanda subyace una fuerza de ajuste ligada a las diferencias en las cuotas medias de ganancia de las diversas ramas de la producción. El aumento general de los salarios y la subida de los precios en el sector que produce bienes de consumo implica una disminución de la cuota de ganancia en el resto de los sectores respecto a este último, lo cual desencadena el movimiento de la producción de unos sectores a otros. Los capitales, junto con el trabajo, se desplazan de las ramas menos rentables a las más rentables, y este proceso continúa hasta que se equilibran la oferta y la demanda, a cuya discrepancia obedecía el aumento inicial de los precios.

Por otro lado, para Marx, los precios no son meras proporciones de los costos, no se determinan simplemente añadiendo un porcentaje de ganancia a los gastos en salarios y materias primas. Los precios son la expresión en dinero del valor de las mercancías, mantienen una proporción respecto a ese valor, y oscilan en torno a éste cuando la oferta y la demanda fluctúan. Ante una subida general de los salarios, aunque la voluntad del capitalista es recuperar su porción del excedente aumentando el precio de su mercancía, la explicación del alza de los precios debe enfocarse en las circunstancias en las que el capitalista puede materializar esta voluntad suya. La inflación no es pues, un asunto exclusivo de incrementos salariales, sino que abarca a su contraparte, la ganancia. Pero mientras las subidas de los salarios históricamente han obedecido a la necesidad de mantener el valor de la fuerza de trabajo, el aumento de los precios obedece más bien a la necesidad del capitalista de conservar o incrementar la porción del excedente que se apropia.

Sobre la base de la teoría marxista, Anwar Shaikh (1987) propone un enfoque alternativo de la inflación en el que las fluctuaciones en la demanda y en la oferta están inherentemente ligadas a la forma de operar del capitalismo. Si bien cada capitalista individual opera de forma aislada, sin coordinación con el resto de los capitalistas individuales, el lugar que cada uno de ellos efectivamente ocupa en la división social del trabajo está determinada por la interacción entre todos ellos. Bajo el capitalismo, la producción de la riqueza es un proceso anárquico. No obstante, existen fuerzas internas que imponen un reajuste a través del cual se realiza la tendencia a la acumulación constante y creciente del capital. El estado natural del capitalismo no es el equilibrio, sino el desequilibrio, un constante ajuste y desajuste entre excesos positivos y negativos de oferta y demanda a través del ciclo económico.

En cuanto a la determinación de los precios, precisa que, aunque las empresas fijen un precio de forma independiente, el precio que impone el mercado, a través de la competencia, no siempre coincide con el precio que desean. Si en una industria determinada los precios son altos y las ganancias mayores a las que prevalecen en otras ramas, habrá otros capitalistas que quieran también aprovechar esas circunstancias y se moverán a la industria en cuestión, lo cual eliminará las ventajas iniciales, aumentará la oferta de esos productos, disminuirá el precio y disminuirán las ganancias. Por tanto, el precio no se determina a nivel micro, individual, sino en el agregado, y no es un mero reflejo de los costos de producción individuales. La ganancia, a su vez, no corresponde a un margen sobre los precios, sino que se define en el conflicto entre trabajadores y capitalistas por la distribución del nuevo valor contenido en las mercancías entre la parte de salarios y la de plusvalía.   

Advierte, por otra parte, que el estudio de la inflación contemporánea tiene que tomar en cuenta que, en el sistema crediticio moderno, la moneda ha abandonado su correspondencia con una mercancía, como el oro o la plata. La cantidad de dinero que fluye a la economía ya sea a través del crédito otorgado por los bancos privados o por la emisión primaria de los bancos centrales, no tiene el objetivo de satisfacer simplemente la demanda de dinero para las transacciones corrientes. Por tanto, la presencia de episodios persistentes de exceso de demanda agregada alimentada por el exceso de capacidad de compra en el sistema se genera con mayor facilidad. Esta nueva demanda no es creada únicamente por el déficit de los gobiernos, como suele ser enfatizado, sino también por los bancos privados y el gasto que hacen los extranjeros en el mercado local.

La capacidad de este exceso de demanda para estimular el crecimiento de la oferta está limitada por la capacidad de crecimiento de la oferta misma. Este límite no corresponde al pleno empleo, como lo sugieren, aunque con algunas diferencias, las teorías neoclásica y keynesiana, sino que está dado por la tasa de ganancia que prevalece al nivel normal de utilización de la capacidad productiva. La tasa máxima de crecimiento sostenible, argumenta, se produce cuando toda la plusvalía se reinvierte. Es decir, la tasa máxima de crecimiento es igual a la tasa de ganancia. Por tanto, el exceso de demanda estimulará la tasa de crecimiento de la producción y reducirá la tasa de desempleo, siempre que la tasa de crecimiento no llegue a su límite. Si por alguna razón la diferencia entre la tasa de crecimiento real y el límite de producción se reduce, habrá cada vez menos espacio para el crecimiento de la producción y, en consecuencia, habrá cada vez más presión sobre los precios.

Como hemos visto, la interacción entre la oferta y la demanda agregadas son un punto de partida para entender la inflación. No obstante, limitar aquí el análisis nos puede conducir a una mistificación del proceso inflacionario, a su desconexión de las leyes objetivas de la acumulación capitalista. El análisis de oferta y demanda ofrece una definición de la inflación sin explicación. Nos dice que el desequilibrio entre la oferta y la demanda influyen en la variación de los precios, pero no nos dice por qué lo hacen. Por otro lado, la oferta y la demanda no se persiguen la una a la otra en una especie de ley natural que las autorregula, sino que sus fluctuaciones reflejan el paso del capital en su ciclo de acumulación.

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Tania Rojas es economista por El Colegio de México e investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Referencias
Blanchard, O. (2017). Macroeconomía (séptima edición). Pearson.

Carstens, A. (2019, 12 22). Aprendizajes derivados de veinticinco años de autonomía del Banco de México [Discurso]. En la celebración de los 25 años de la Independencia del Banco de México, Ciudad de México.

Esquivel, G. (4 de octubre de 2022). Inflación. Revista Ciencia, 87–90.

Kalecki., M. (1941), What is inflation? Bulletin of the Oxford University Institute of Economics & Statistics, 3: 159-164. https://doi.org/10.1111/j.1468-0084.1941.mp3008001.x

Kalecki, M. (2009). Cost and Prices. In Theory of Economic Dynamics: An Essay on Cyclical and Long-Run Changes in Capitalist Economy (pp. 11–27). NYU Press. http://www.jstor.org/stable/j.ctv12pnqf0.4

Marx, C. (1865). Salario, precio y ganancia. Marx y Engels Obras Escogidas, en tres tomos. Editorial Progreso, Moscú.

Phillips, A.W. (1958), The Relation Between Unemployment and the Rate of Change of Money Wage Rates in the United Kingdom, 1861–1957. Económica, 25: 283-299. https://doi.org/10.1111/j.1468-0335.1958.tb00003.x

Shaikh, A. M., Maniatis, T., & Petralias, N. (1999). Explaining inflation and unemployment: An alternative to neoliberal economic theory. In Contemporary economic theory: radical critiques of neoliberalism (pp. 89-112). London: Palgrave Macmillan UK.

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