MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

En Yucatán, menos pobreza y desigualdad, pero mayor enfermedad

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Las cifras oficiales con respecto a la disminución de la pobreza y desigualdad en Yucatán son bastante halagüeñas. Datos recientes proporcionados por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) señalan que la pobreza en la entidad disminuyó sensiblemente al pasar del 49.5 por ciento en 2020 al 38.8 por ciento en 2022, es decir, que en los últimos dos años 236 mil personas (10.7 por ciento) salieron de la pobreza, lográndose mejorías también en tres rubros principales: rezago educativo, seguridad social y alimentaria.

Pese a ello, en el estado, un millón 637 mil 700 personas —más de la mitad de la población— padecieron al menos una carencia social en 2022. Hubo un aumento en carencias por acceso a servicios de salud (44.1 por ciento), calidad y espacios de la vivienda (0.6 por ciento) y por acceso a los servicios básicos (0.2 por ciento).

Por su parte, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) reportó recientemente una disminución de 9.4 por ciento en desigualdad en los ingresos de las familias yucatecas, en el índice de Gini, dato que es tres veces mejor que el nacional, de 3.1 por ciento, por lo que Yucatán casi “se acerca” a la cifra “0”, que representa la igualdad total (Diario de Yucatán 11-08-2023).

Así, Yucatán es considerado por las autoridades como un Estado con seguridad, crecimiento en el empleo, calidad de vida, inversiones y desarrollo en general. Pareciera una entidad donde la situación de todos sus ciudadanos mejoró sustancialmente. Sin embargo, pese a los datos oficiales, la realidad material, económica y social de miles de familias yucatecas, en lugar de cambiar positivamente, se deterioró.

En el sur de Mérida y municipios conurbados, los cinturones de pobreza pueden apreciarse fácilmente; colonias y asentamientos irregulares que carecen de vivienda, servicios básicos, centros de salud, escuelas, espacios deportivos y culturales por mencionar tan sólo algunas necesidades. Tampoco se debe ignorar que 833 mil 700 yucatecos carecen de acceso a servicios de salud.

Es común ver en estos lugares viviendas construidas con materiales endebles, faltas de agua, electricidad y drenaje, calles sin pavimento, sin alumbrado público, llenas de basura, donde pulula la violencia y la inseguridad; donde niños, jóvenes y adultos se ven obligados a trabajar para contribuir al ingreso familiar que apenas alcanza para comer, pero no para curar enfermedades y educarse.

Las condiciones materiales, sociales y económicas de las personas son determinantes para el desarrollo de una vida digna y saludable, pero quienes viven en contextos empobrecidos enferman precisamente por no disponer de condiciones adecuadas para mantenerse sanas al carecer de elementos básicos suficientes para el bienestar como los alimentos de calidad, agua limpia y saneamiento, viviendas adecuadas o acceso a la educación y los servicios sanitarios.

Además, al carecer de acceso a servicios de salud, muchas personas enferman y tanto ellas como sus familias se ven obligadas a dejar de estudiar o trabajar. Esto alimenta el círculo de la pobreza y la desigualdad. Son generaciones de una misma familia sumidas en esa situación sin disponer de recursos para salir de esta. Pero de ello, poco o nada dicen los datos de los organismos institucionales encargados de medir la pobreza y la desigualdad.

Para romper el vínculo entre la pobreza y la enfermedad es necesario garantizar la cobertura de salud para todas las personas, independientemente de los recursos que tengan, pero la salud de los yucatecos no es prioridad de los gobernantes, sino las elecciones venideras y mantenerse en el poder.

La pobreza en Yucatán es una de las principales causas de la falta de salud y un obstáculo para acceder a la atención sanitaria cuando se necesita; por ejemplo, el estado lidera en enfermedades de salud mental, como la depresión, estrés y ansiedad; enfermedades no transmisibles como la diabetes tipo II, hipertensión arterial, sobrepeso, obesidad y alcoholismo, además de pequeños brotes de enfermedades que se creían erradicadas como la tosferina, la escarlatina y la lepra.

En los días que corren, el dengue hace lo propio; un repunte de casos y decesos azota la península y coloca a Yucatán en primer lugar, ya que concentra 5 mil 780 casos, mientras los esfuerzos que realizan las autoridades por frenar la enfermedad, implementando campañas de fumigación y descacharrización resultan del todo insuficientes, porque no abarcan a toda la población, en particular a las zonas más pobres, además de que no todos los enfermos pueden asistir a un hospital para atenderse.

Por tanto, pobreza y enfermedad están ligadas, en tanto que las desigualdades en el acceso a la salud socavan el bienestar de miles de personas en Yucatán, porque la presencia de enfermedades tiene que ver con las condiciones económicas y estructurales de la sociedad, y muestran la existencia de una gran cantidad de pobres, aunque los datos y discursos oficiales insistan en que vamos muy bien.

Para romper el vínculo entre la pobreza y la enfermedad es necesario garantizar la cobertura de salud universal: que todas las personas puedan acceder a todos los servicios de salud esenciales, independientemente de los recursos que tengan. Pero la salud de los yucatecos no es prioridad de los gobernantes: lo prioritario para ellos son las elecciones venideras y mantenerse en el poder.

La salud y el bienestar material y espiritual de todos los ciudadanos solamente será posible con un gobierno verdaderamente comprometido con los sectores más desprotegidos de la sociedad; un gobierno que remueva los cimientos de este modelo económico que produce una inmensa cantidad de riqueza pero que no la distribuye.

Se necesita una nueva clase política en el poder, es decir, que el pueblo mexicano se organice, se eduque y dirija con éxito los destinos de este país.

Gran alharaca se hace con los datos oficiales sobre la disminución de pobreza y desigualdad mientras las enfermedades abundan entre los numerosos sectores trabajadores. Sólo son cantos de sirena que buscan retardar el despertar del gigante, que ya se yergue sobre sus propios pies.

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