Se ha dicho, atinadamente, que el crecimiento económico de un país no necesariamente se traduce en desarrollo social, o sea, en elevación del nivel de vida de la mayoría o en una distribución más equitativa de la riqueza. Sin embargo, lo que tampoco está fuera de duda es que para alcanzar el desarrollo social es fundamental tener crecimiento económico, porque, aunque se puede hacer una distribución menos desigual de la riqueza existente, a la larga, para sostener esa tendencia, es necesario crear más riqueza; dicho de otro modo, no se puede repartir lo que no existe.
En el caso de la economía mexicana había habido poco crecimiento en los últimos sexenios: 2.3 por ciento en promedio anualmente con Vicente Fox; 2.2 por ciento con Felipe Calderón y 2.1 por ciento con Enrique Peña Nieto. No obstante, lejos de mejorar, en estos cuatro años de López Obrador la situación ha empeorado: en promedio, la economía mexicana ha decrecido anualmente 0.4 por ciento. Ciertamente, en ese dato tiene un peso importante la pandemia y las dificultades económicas derivadas de ella, pero no hay que olvidar que la tarea del gobierno era cuidar a la población de la covid-19 y garantizar un mejoramiento en el nivel de vida. En ambas cosas la Cuarta Transformación sale reprobada.
Está claro que, en nuestro país, la condición de generar riqueza para garantizar desarrollo social no se cumple. Pero ese no es el único problema. Por otro lado, desde que el ahora presidente era candidato, dijo que su prioridad serían los pobres: “Por el bien de todos, primero los pobres”, señaló. Ya en el gobierno, Andrés Manuel López Obrador ha impulsado una serie de programas que entregan dinero en efectivo a los grupos vulnerables y empobrecidos (las llamadas transferencias monetarias directas). En este año el gobierno gastará más de 445 mil millones de pesos en sus programas de ayudas sociales, un monto considerable y que ha tendido a aumentar en los cuatro años de esta administración.
Sin embargo, los resultados en el combate a la pobreza no son buenos. De acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), de 2018 a 2020 creció el número de pobres en 3.8 millones de personas, con lo que el número de mexicanos en esta condición llegó a 55.7 millones; por su parte, la pobreza extrema creció en 2.1 millones, llegando a 10.8 millones. La política social basada en las transferencias monetarias directas no ha impactado en la lucha contra la pobreza y ha generado más corrupción, pues según la doctora Viridiana Ríos, de Oxfam México, los programas sociales han resultado ser una manera efectiva para desviar recursos públicos y, agrego yo, han servido para otra cosa: para crear la base clientelar del presidente.
Pero, aunque los resultados de esa política sean malos, el presidente no va a modificar, porque sus programas sociales le permiten mantener su alta aprobación. Para seguir adelante con ellos y sacar a flote sus megaobras como el tren maya, la 4T necesita dinero, que cada vez es más difícil obtener por las dificultades de la economía mexicana y porque este gobierno no quiere tocar a los grandes empresarios aplicando una reforma fiscal progresiva; ahora están buscando los mecanismos para obtener más dinero, como lo demuestra el hecho de que se han endurecido en el cobro de los impuestos (y amenazan con hacerlo todavía más) con los trabajadores y la clase media, además de apretar más en su política de austeridad para alcanzar la pobreza franciscana.
En suma, en México no hay crecimiento económico ni desarrollo social ni un gobierno que tenga una idea clara de cómo sacarnos del atolladero. La solución a los males del país no pasa por López Obrador y su mal llamada Cuarta Transformación.
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