En Guerrero, donde la pobreza alcanza al 66.4 % de la población y más del 24 % vive en pobreza extrema, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, 2022, hablar de cultura no es hablar de lujo, sino de sobrevivencia. En un contexto donde la brecha educativa se amplía y las adicciones se multiplican, el arte se convierte en un acto político, en una forma de resistencia frente a estas condiciones.
Durante décadas, ha promovido la formación artística en comunidades, descubriendo y desarrollando talentos que, de otro modo, permanecerían ocultos.
Por eso resulta tan significativo que estudiantes del Telebachillerato Comunitario Rafael Ramírez Castañeda, muchos de ellos provenientes de comunidades rurales, se preparen para montar “Los justos” de Albert Camus bajo la dirección de Rubí Jiménez. No es una simple obra escolar: es algo más que ello.
En un estado donde la deserción y los vicios acechan, el teatro se transforma en una trinchera desde la cual se libra una batalla: la de las ideas contra la apatía, la disciplina contra el ocio vacío, la belleza contra la destrucción.

Pero no nos engañemos: este esfuerzo es la excepción, no la regla. México arrastra una deuda histórica con la educación artística. Las autoridades, incluida la actual administración federal, han tratado el arte como un adorno prescindible.
No hay programas sólidos que impulsen la música, la literatura, la danza o la pintura. Y esa omisión no es inocente: una sociedad sin arte es una sociedad menos crítica, menos sensible, menos libre.
Frente a esa indiferencia institucional, el Movimiento Antorchista ha demostrado que otra ruta es posible. Durante décadas, ha promovido la formación artística en comunidades, descubriendo y desarrollando talentos que, de otro modo, permanecerían ocultos.

El caso de estos jóvenes guerrerenses es prueba de ello: para ellos, el teatro no es entretenimiento, es una alternativa de vida. Montar “Los justos” les permite reflexionar sobre justicia, ética y acción en su propio contexto.
Es el mismo espíritu que anima este Encuentro Nacional de Teatro que organiza el Movimiento Antorchista, donde obras de Brecht, Lorca o Chéjov se presentan no como piezas de museo, sino como herramientas para interpelar la realidad.
México necesita más iniciativas como esta. Un país que margina la educación artística condena a su juventud a la alienación digital y al vacío existencial que alimenta las adicciones. El ejemplo de Guerrero, con estudiantes enfrentando un clásico universal en medio de la pobreza, nos recuerda algo que es importante: el arte es un derecho, no un privilegio.

La puesta en escena de “Los justos” es, en sí misma, un acto de justicia. Demuestra que el talento y la sensibilidad pueden florecer incluso en los terrenos más áridos. Lo que falta no es capacidad, sino voluntad política para regar esas semillas.
Mientras el Estado permanezca ausente, serán las organizaciones sociales y los jóvenes decididos quienes mantendrán viva la llama de la cultura: esa que, lejos de ser un estorbo, es la garantía de un pueblo libre, consciente y esperanzado.
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