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La muerte en Venecia

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La muerte en Venecia es, junto con La montaña mágica, de las obras más conocidas del escritor alemán Thomas Mann. Prosa realmente exquisita sobre la idealización de una figura del amor, la pasión y la estética.

Thomas Mann, nació en Lübeck en 1875 y murió en Zúrich en 1955, después de exiliarse en 1921 al ser enemigo del nazismo. En 1936 obtuvo la ciudadanía checa y en 1944 la estadounidense. En 1929 fue galardonado con el Nobel de Literatura.

Con 36 años, escribió la obra a la que hoy nos referimos. Ambientada en Venecia, como se señalan en el nombre, Gustav Von Aschenbach, protagonista de la obra, hace una renuncia a sus condecoraciones academicistas que, hasta ese momento hubo logrado, para poder “reencontrarse” y volver a sentir a profundidad su pluma, sin saber el torbellino en el que se encontraría.

“Y comprendió entonces que llegar por tierra a Venecia, bajando en la estación, era como entrar a un palacio por la escalera de servicio”.

La peste iba sembrando la muerte en los canales italianos y, un olor a higienizante y muerte, inunda los primeros capítulos del libro los cuales serán una constante en los sentidos de Aschenbach.

Una ciudad aislada, gente muriendo alrededor, algo que nos recuerda, indudablemente, los acontecimientos contemporáneos en virtud de la pandemia. La decadencia de una Europa que se centraba en la guerra se hace evidente también en la novela. Venecia, que representa la belleza ahora también, a su contrario, a la podredumbre, la muerte.

“El ‘Englischer Garten’ tenía la claridad de un día de agosto, a pesar de que los árboles apenas estaban vestidos de hojas”.

En el ocaso de la vida de Aschenbach, aparece también una figura idílica de un joven que, provoca en el escritor una ansiedad tremenda, un deseo reprimido que no es un deseo tardío hipersexualizado sino la admiración profunda y respetuosa de la belleza, como si se tratase de la desnudez cubierta apenas por organdí, que, ante la delgada tela, apenas cubre el pudor de quién sin prendas se encuentra.

La belleza del párvulo efebo que, ante sus ojos aparece, redime el alma, el espíritu, en una medida menor el deseo, pero sí la pasión por la vida que se está alejando de él y este será el tema central que, lleno de misticismo y una prosa deliciosa, acompañan la historia.

 Thomas Mann también deja ver la lucha de clases entre aquella sociedad pomposa que dentro del hotel se albergaba y la otra cara de la Europa veneciana que sucumbía ante la peste, esta imagen fue muy plástica y en la película homónima se ha dejado ver el estrafalario estilo de vida de los hospedantes al gran hotel.

“Era aquello de una indecible belleza, y Aschenbach sintió el dolor, tantas veces experimentado, de que la palabra fuera capaz sólo de ensalzar la belleza sensible, pero no de reproducirla”.

Tadzio, el nombre de aquél joven que no pasaba de 11 años, era acompañado por su institutriz y hermanas al mismo hotel. ¡Cuánta belleza inspiraba! Y el escritor se cautivó ante su juventud, su aspecto acendrado. “Era la sonrisa de Narciso al inclinarse sobre el agua; aquella sonrisa profunda, encantada, deleitable, que acompaña a los brazos que se tienden al reflejo de la propia belleza”.

Thomas Mann también deja ver la lucha de clases entre aquella sociedad pomposa que dentro del hotel se albergaba y la otra cara de la Europa veneciana que sucumbía ante la peste, esta imagen fue muy plástica y en la película homónima se ha dejado ver el estrafalario estilo de vida de los hospedantes al gran hotel.

Aschenbach buscaba a Tadzio sólo con la vista siempre, nunca había vibrado en su labio una sola palabra hacia él y, sin embargo, parecía hablarle de mil formas. Una noche, cuando salían a pasear el joven, con sus acompañantes, el senescente los hubo seguido sigilosamente y, al sentir perderlos dejó caerse sobre una banca, sólo para adivinar en la cercanía, el rostro del joven iluminado con una gran sonrisa que le pertenecía ora, que era suya, que hacía que del anonimato saliera y que fuese portador de un momento de alegría sempiterno, válgame el oxímoron.

“‘¡No debes sonreír así! ¿Me oyes? ¡A nadie hay que sonreírle así!’ Se dejó caer en un banco y, fuera de sí, aspiró el perfume nocturno de las plantas. Después, apoyándose en el respaldo, con los brazos indolentemente caídos, abrumado y sacudido varias veces por escalofríos, musitó la fórmula fija del deseo, imposible en este caso, absurda, abyecta, ridícula y, No obstante, sagrada, también aquí venerada: ‘Te amo’”.

¿Cómo termina la historia? Quien haya leído el título de este escrito lo sabrá, la muerte de Aschenbach, tras la despedida silenciosa del objeto de su encanto, llegó en el mar y así, como ola que lame la arena para alejarse a la profundidad acuosa de la oscura y silenciosa nada del mar profundo, el silencio sempiterno se posó en sus labios y su pluma fue soltada a la arena, a las olas, al mar…

La novela guarda una profunda manera de escribir que es tan deleitable que hace que el lector no pueda alejarse de un solo capítulo; ojalá, querido lector, que lo más pronto posible, puedas comprobarlo por tus propios ojos.

"Aunque no tuviera yo el mar y la playa, permanecería aquí mientras tú no te fueras".

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