Como ya me permití comentarlo en una ocasión anterior, los Antorchistas del país organizaron exitosamente su XXIV Encuentro Nacional de Teatro en Tecomatlán. Ahora, creo que puede ser útil que trate de compartir un poco de lo que desde hace muchos años me impresiona y me educa: los discursos de Aquiles Córdova Morán. El Maestro no estudió para maestro, terminó en Chapingo la carrera de Ingeniero Agrónomo con la especialidad en Industrias Agrícolas, pero ha dedicado su vida a enseñar y es un constructor único de grandes mujeres y grandes hombres. Seguramente existen otras personas con esas extraordinarias cualidades, pero no he tenido la fortuna de conocer a ninguna otra que se le pueda comparar.
Es, quizá, como dicen que era Oscar Wilde, un conversador fascinante a quien no se quiere dejar de escuchar por no dejar de aprender y entender y, cuando habla en público, para un gran auditorio, como lo hace con mucha frecuencia, no pronuncia palabras desechables y de circunstancias, enseña, explica claramente con una elocuencia precisa, sin florituras ni argucias, ni notas, sólo con una cultura universal, una memoria formidable y argumentos convincentes, irrefutables.
He querido arriesgarme -porque no estoy seguro de poder cumplir de manera aceptable- a compartir algo, muy poco por culpa del espacio, de lo que dijo en su discurso en la inauguración del insólito Encuentro de Teatro que, como ya dije, organizó el Movimiento Antorchista a través de su Comisión Nacional Cultural. Ahí, todos los presentes, salvo aquellos que su posición de clase los hace refractarios a los mensajes que no vienen de oligarcas y afamados por ellos, aprendieron o, por decir lo menos, precisaron y mejoraron algunos de sus conocimientos sobre problemas sociales decisivos y de una gran actualidad.
Dijo ahí el Maestro Córdova Morán: “No hay duda de que el arte no es apolítico, lo digo porque es muy frecuente que los artistas mismos digan ‘no, yo no me meto en política, hago arte porque me gusta, porque quiero hacer arte’, ocuparse del arte por el arte, el arte visto únicamente como una actividad, incluso, a veces, lúdica, como una especie de juego que el artista se propone hacer porque su interior sensibilidad le dice que haga algo, que haga una obra artística y la hace como si estuviera jugando. Dicen también algunos artistas: ‘yo no sé nada de política, a mí no me interesa, no me comprometo’. No es verdad.
Nadie puede hacer una obra, nadie puede crear nada de la nada y, si el artista crea algo, tiene que provenir de algo y ese algo es la sociedad que lo rodea. Indudablemente, el mismo artista es hijo de esa sociedad, nace en ella, en ella se educa, en ella adquiere sus puntos de vista, sus ideas sobre quién es bueno, quién es malo y lo que es bello y lo que es feo”. Hasta aquí algunas de las palabras del discurso.
¿Tiene razón el Maestro Córdova? Revisemos ahora un fragmento de lo que escribió Eurípides, el más joven de los tres grandes trágicos, en una de las obras que se presentaron, en “Medea”, en palabras de una nodriza: “¡Cuánto mejor es vivir en un nivel modesto! Ojalá tenga la fortuna de envejecer lejos de las grandezas, en paz amable y segura. Moderación es la palabra más hermosa de pronunciar. Nada de provecho da al hombre lo excesivo. Tener mucho lo único que ocasiona es un torbellino de males forjado por el destino”. ¿No es eso política? ¿No es esa una clara crítica a la ideología en boga entonces, por allá por el año 420 antes de nuestra Era y generalizada y dominante ahora en el siglo XXI, ya que muchos son inducidos a cometer los peores crímenes para hacerse de riqueza que la clase dominante considera la llave maestra de la felicidad más completa?
O bien, recojamos la escena en la que Medea se refiere a quienes saben más o ven más y más lejos, es decir, a quienes tienen o han adquirido la capacidad de interpretar correctamente y, por tanto, de censurar la realidad: “Saber mucho les consigue fama de haraganes y concitan el odio entre sus conciudadanos. Si das a los tortuosos ciencias nuevas, resultas un inútil y no un sabio. Y si hay quien te considere superior en saber a los que pasan por sabiondos, te verán en la ciudad como un ser ofensivo. ¡Esa fue mi suerte! Soy sabia. Entonces, para unos soy odiosa: inactiva, sin fruto; para otros, perjudicial y mala”. Los buenos, pues, son los sumisos y adocenados. Eurípides mismo fue un crítico, tanto que sus poderosos adversarios le inventaron para la posteridad una muerte comparable a la de Penteo. ¿Se retrató Eurípides a sí mismo con esas amargas palabras de Medea? ¿No es eso política, como lo dijo el Maestro Aquiles Córdova en su pedagógico discurso?
Un ejemplo más de áspera crítica social de Eurípides, igualmente en un parlamento de Medea, un señalamiento en favor y defensa de la mujer que también ha traspasado los siglos. “De los seres que tienen alma y pensamiento, somos las mujeres los más desdichados. Primero hay que gastar grandes caudales por conseguir un marido. Una vez que lo tenemos, hay que hacer de él un déspota de nuestro cuerpo… no se concede a las mujeres repudiar al esposo, ni desatar el vínculo nupcial sin deshonrarse. Y vengamos a las novedades de ahora: es preciso ser adivino para saber, sin que nadie nos lo haya enseñado, cómo ha de tratarse al que comparte nuestro lecho; bien puede ajustarse a nuestra manera de ser, es la dicha de las dichas, llevará el yugo conyugal de buen grado, pero, si no… mejor la muerte”.
He mencionado a un dramaturgo del pasado remoto, a un trágico, para que se vea que la presencia de la política en el arte es tan antigua como el arte mismo, pero en el encuentro antorchista de teatro se escenificó también una obra mucho más reciente, escrita en 1952, “La Alondra”, del dramaturgo francés, Jean Anouilh, que se ocupa de pasajes de la vida de Juana de Arco -otra vez una mujer- narrados por ella misma durante su juicio y en la que, por supuesto, así se explica la presencia aquí del fragmento, también habla, casi grita, de la política por otros medios. “Yo soy Juana de Arco y nunca me arrepiento de mis obras, soy la doncella de Orleans y no me arrepiento de haber vestido ropa de hombre, luché contra la monarquía inglesa y no me arrepiento de la sangre derramada, sé que por mis actos me van a quemar, no importa, si Dios existe, me tendrá reservada la gloria. Sólo pido un último deseo, que el Santo Oficio y toda la maldita Iglesia ardan conmigo en el infierno”. Durísima invectiva política que no puede, de ninguna manera, ser considerada, arte por el arte.
Es útil recordar aquí lo que dijeron, Carlos Marx y Federico Engels en una obra trascendente que redactaron juntos: “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente”.
Lo cual, bien entendido, quiere decir que la aprehensión de los conocimientos que representan y defienden a las clases bajas, desposeídas y débiles de la sociedad, no es fácil. Están concentrados por los privilegiados y es divulgada por ellos. Eso es muy cierto. Pero con atrevimiento y esfuerzo se puede dar la batalla y hacer realidad aquello que alguna vez, con gran verdad, escribió Miguel de Cervantes: “… que también los pobres virtuosos y discretos tienen quien los siga, honre y ampare, como los ricos tienen quien los lisonjee y acompañe”. Leído esto con atención, amigos, ¿no es el inmortal Quijote una obra política por excelencia y no es justo e indispensable que, como ahora, nos atrevamos a divulgar que existen líderes visionarios y capaces como Aquiles Córdova y conozcamos y hagamos nuestras sus ideas y aspiraciones? Sí, claro. Por ello quise compartir mi honda impresión con su discurso, con algo de su trabajo de toda la vida en favor de los desheredados y, sin dudarlo, agradezco al amable lector que me haya acompañado hasta aquí.
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