MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Ante pobreza y desigualdad, pugnemos por mejor distribución de la riqueza social

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México es un país donde viven millones de pobres, pero también, algunos de los personajes más ricos del mundo. Un país donde la pobreza y la desigualdad son sistémicas, y, por tanto, nada fáciles de resolver.

Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en 2018, año en que Andrés Manuel López Obrador asumió la presidencia de la República, las expectativas en la reducción de pobreza entre los 132 millones de mexicanos eran inmensas, porque en México existían ya 52 millones de pobres, pero contrario a todo pronóstico, para 2022, la misma institución calcula que los pobres en México eran ya 58.1 millón, o sea, 6.1 más que al principio del mandato de López Obrador.

Sin embargo, las cifras de la pobreza en México parecen aún mucho mayores. Para la investigadora Araceli Damián, presidenta del Consejo de Evaluación de la Ciudad de México, las cifras de la CEPAL sobre la pobreza en el país, están basadas en los datos del Consejo Nacional de la Política de Desarrollo de México, agencia estatal que mide la pobreza y que publica las cifras macro sólo cada dos años; por tanto, esos datos "no reflejan toda la realidad, ya que mientras la CEPAL habla de 52 millones de pobres en México en 2018, la realidad es que aquí ya teníamos 90 millones de pobres", la investigadora parte de que los pobres en México son casi el doble de las cifras oficiales y asegura que la pobreza está muy subestimada por los datos oficiales, es más que "en México, existe un aproximado de cien millones de personas que padecen algún grado de pobreza, o  sea, 8 de cada 10 mexicanos".

Los datos son discutibles, pero la realidad muestra claramente cómo en los centros urbanos y en las comunidades rurales el número de pobres se incrementa, mientras que las fuentes de empleo, los salarios y la infraestructura social existentes, no resuelven las carencias que padecen millones de familias pobres al ser del todo insuficientes.

En nuestro país, la desigualdad de oportunidades crece y el trabajo que debería ser la vía principal para superar la pobreza, es un lujo que no todos los mexicanos pueden darse. Un estudio de la organización Acción Ciudadana Frente a la Pobreza indica que entre la exclusión y la precariedad viven 64 millones de personas en el país a las que no se le cumple el derecho al trabajo, porque no laboran y que hay 25 millones 300 mil personas sin trabajo, 32 millones 200 mil con trabajo informal, es decir, sin derechos laborales, sin acceso a la salud ni mecanismos de protección social y la gran mayoría de ellas, 71 por ciento, sin contar con un salario suficiente.

En nuestro país, la desigualdad económica y social es un problema grave. México forma parte del 25 por ciento de los países con mayores niveles de desigualdad. El coeficiente de Gini se ubica en 0.48, donde uno es el punto que corresponde a la perfecta desigualdad y cero es el punto óptimo de igualdad, según datos del Banco Mundial (BM). Esta situación refleja alta concentración de la riqueza en el decil más alto de la población nacional (ricos), mientras que en decil menor (pobres), campea el desempleo, bajos salarios mal pagados, escasa atención a los rubros de salud, educación, falta de vivienda y de servicios públicos

La desigualdad de ingresos muestra claramente el enorme trecho económico existente entre las familias más ricas que se embolsan hasta 38 veces más dinero que las pobres. Considerando que las familias de altos ingresos perciben en promedio 54 mil 427 pesos mensuales, mientras que las de ingresos más bajos tres mil 313 pesos mensuales. Esto es 16 veces más; pero si se analizan los ingresos de las familias sin transferencias de terceros, la situación se pone todavía más desigual.

De acuerdo con cifras de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares, la mitad del dinero que perciben las familias más pobres ni siquiera depende de ellos, sino que son ayudas o apoyos del gobierno, remesas o regalos de otras personas, entonces, si excluimos estas transferencias, el ingreso promedio mensual en los hogares más pobres, se reduce a mil 251 pesos, mientras que el de las familias más ricas queda en 48 mil 194 pesos al mes: 38 veces más.

Pero la desigualdad de ingresos esconde muchas otras desigualdades que están relacionadas con el género, la pertenencia a comunidades indígenas, la disidencia sexual y de género, e incluso la edad, el color de piel o el apellido de las personas. Así, las mujeres tienen ingresos promedio significativamente más bajos que los hombres; más del 70 por ciento de la población indígena se encuentra en pobreza; las personas de piel morena u oscura pueden ganar, en promedio, de 40 a 50 por ciento menos que las personas blancas y los mexicanos que viven en el norte del país tienen tres veces más posibilidades de salir de la pobreza que los mexicanos que viven en el sur (El Economista, 14-07-23).

Las desigualdades, como parte de la estructura social, no son situaciones menores que puedan soslayarse, al contrario, mientras más laceran a las grandes mayorías que componen la sociedad mexicana, éstas demandan soluciones efectivas al gobierno encargado de resolverlas, mismas que solamente pueden desaparecer atacando las causas de raíz. Y para eso, el discurso demagógico en favor de los más pobres, está demás, se hacen urgentes los hechos.

Pero el gobierno de la autodenominada Cuarta Transformación, siempre tiene otros datos que le permiten ver y analizar una realidad descontextualizada, su incapacidad para reconocer sus defectos o bien su costumbre de responsabilizar a los gobiernos pasados de los lamentables acontecimientos que vivimos, lo incapacitan para considerar siquiera que con su mala forma de gobernar estos cinco años, ha llevado al país a mayores niveles de pobreza y desigualdad, al eliminar las Instituciones que tenían como función coadyuvar en la disminución de la brecha social y económica existente.

Por tanto, ante el incumplimiento reiterado de las promesas presidenciales en beneficio de los pobres, se hace necesaria y urgente una nueva política y una nueva clase política en el poder, capaces de combatir en serio la desigualdad y pobreza, males sistémicos que padecen los mexicanos.

La mala distribución de la riqueza puede y debe combatirse con la creación de suficientes empleos y salarios bien pagados, reorientando el gasto social que realiza el Estado en obra social hacia los sectores más desprotegidos e implementando una política impositiva progresiva a la riqueza. Actuemos todos en consecuencia.

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