MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La salud en la clase trabajadora y Marx

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El 7 de abril se celebró el Día Mundial de la Salud, con motivo del aniversario de la fundación de la OMS en 1948. El tema de este 2024 es “Mi salud, mi derecho”, elegido para defender el derecho de todos, en todas partes, a tener servicios de salud, agua potable, aire limpio, buena nutrición, además de condiciones ambientales y de trabajo decentes. Sin embargo, las grandes palabras y las buenas intenciones no es algo que siempre se pueda concretar.

En las elecciones de 2018 en México, AMLO prometió un sistema de salud como el de Dinamarca; sin embargo, no contaba con una estrategia para lograrlo, para empezar porque la población de México es 96 % mayor que la de Dinamarca y como era de esperarse, el proyecto fue un tremendo fracaso ya que de los dos intentos, ni el Insabi, ni el IMSS-Bienestar, se consolidaron como una solución para garantizar la salud de los mexicanos, teniendo que ofrecer sólo disculpas.

Marx es muy claro al señalar que el capital “usurpa al obrero el tiempo del que necesita su cuerpo para crecer, desarrollarse y conservarse sano. Le roba el tiempo para asimilar el aire libre y la luz del sol. 

Entonces, ¿cómo podemos saber los mexicanos si eso es posible? ¿De verdad está sólo en manos del Gobierno poder garantizar la salud de la clase desprotegida?

Para empezar, debemos analizar las causas que afectan la salud no sólo de los mexicanos, sino de toda la clase trabajadora. Marx y Engels señalaron que el modo de producción no hacía sólo referencia a la producción de la existencia física de los individuos, sino también a una cierta forma de expresar la vida de las personas, a un “modo de vida” (Marx y Engels, Crítica de la ideología alemana). 

Las relaciones técnicas de producción resultan desfavorables para la persona en el trabajo, le generan daños irremediables a su salud y hasta malformaciones; por ejemplo, los accidentes de trabajo y el exceso de fatiga se relacionan, pues la fatiga constante puede ocasionarle accidentes laborales al favorecer la aparición de cuadros clínicos que le impedirán el manejo correcto de la maquinaria u otro instrumento de trabajo. A mayor grado de desnutrición y disminución de horas de sueño, mayor es la fatiga del trabajador, con graves consecuencias.

Teniendo en cuenta entonces que cada sociedad genera su propia patología, podemos entender cuál es la fuente principal de los males de nuestra gente. En este sistema capitalista, ser pobre significa tener una menor calidad de vida, enfermar más, tener peores servicios sanitarios, vivir peor y por supuesto vivir menos. 

La pobreza va acompañada de malnutrición, la cual provoca daños irremediables en el desarrollo físico y mental de los niños, además de vivir en condiciones insalubres expuestos a cualquier tipo de bacterias y virus desde edad temprana.

La miseria de las familias pobres termina provocando también el abandono por parte del padre y hasta de la madre por tener que salir a buscar el sustento, causando así que los hijos caigan en cualquier tipo de adicción que terminará provocando una enfermedad terminal, es el destino más próximo al que lleva la pobreza.

Actualmente, para una familia de la clase trabajadora, enfermarse es un lujo que no se pueden dar, porque eso significaría la ruina económica de la familia; terminan vendiendo sus pocas pertenencias, acabando con todos sus ahorros; eso en el mejor de los casos, porque también pueden terminar despidiéndose de su familiar, que pasa a mejor vida como se dice coloquialmente, por no haber tenido cómo pagar un tratamiento efectivo ¡aunque lo haya!, pero se sabe que esos privilegios están privatizados también por los que ostentan el poder económico.

El Gobierno no tiene reparo en justificar presupuesto aparentemente invertido en el sistema de salud, pero los infortunados que caen en un hospital, se dan cuenta de la realidad; no hay lugar, si te dan lugar no hay camas, si te llega a tocar cama el 80 % de lo que requiera el paciente no lo hay y corre por cuenta del familiar.

Entonces, aunque la OMS declare que todos los seres humanos, sin importar raza o condición social, tienen derecho a la salud y cada Gobierno debe garantizarla, la realidad es otra. En el sistema capitalista este sólo resulta un títere del verdadero culpable.

Otro efecto del sistema capitalista que repercute en la salud de los trabajadores es la gran desigualdad social, donde en pleno siglo XXI, con todos los avances tecnológicos y con el gran desarrollo de las fuerzas productivas aún hay gente que muere de hambre y si bien en la historia de la sociedad siempre ha existido el hambre, hoy es algo que se podría evitar.

Pero dentro de la lógica del capital eso es algo que no podrá suceder, ya que el hambre y sus consecuencias en la salud no es un problema de producción y abastecimiento, sino de lo que provoca pobreza y desigualdad, mismas que se acompañan de enfermedad, sufrimiento e ignorancia.

Eso pone las bases para la reproducción del sistema capitalista mismo y asegura su permanencia ya que así genera más y más mano de obra, todo un ejército de reserva, por lo que la salud del obrero no es algo que deba preocuparle, ya que siempre tendrá cómo reemplazarlo y en aras de elevar su cuota de ganancia, al burgués no le importa alargar el tiempo de producción del obrero durante cierto plazo, a costa de acortar la duración de su vida. Como dijo Marx, “la salud es la sangre de la fuerza de trabajo con la que se alimenta el capital”.

Marx es muy claro al señalar que el capital “usurpa al obrero el tiempo del que necesita su cuerpo para crecer, desarrollarse y conservarse sano. Le roba el tiempo indispensable para asimilar el aire libre y la luz del sol. Le acorta el tiempo destinado a las comidas y lo incorpora siempre que puede al proceso de producción, haciendo que al obrero se le suministren los alimentos como a un medio de producción más, como a la caldera carbón y a la máquina grasa o aceite” (Marx, El Capital, Tomo I, páginas 207 y 208).

Y la otra cara de la moneda del régimen capitalista que actualmente se ha convertido en un problema de salud pública que perjudica principalmente a las clases trabajadoras es la sobrealimentación. Esta resulta tan perjudicial como la misma hambre.

La comida del mundo está en manos de apenas una decena de corporaciones agroalimentarias (el “Big food”), entre las que podemos destacar a Nestlé, Coca-Cola Company, Pepsico, Kellogg’s, Danone, Walmart, etcétera, cuyo objetivo básico no es producir alimentos sino vender el máximo volumen de mercancías y obtener la mayor ganancia posible, aun cuando estos no ofrezcan los nutrientes necesarios y además provoquen enfermedades degenerativas relacionadas con la obesidad.

Otra consecuencia del sistema capitalista es el sometimiento de la naturaleza a su favor. En aras de la producción se explotan los recursos naturales a niveles inimaginables, lo que causa fenómenos meteorológicos que suelen ser devastadores además de la aparición de nuevas enfermedades y pandemias debido a la escasez de recursos vitales como el agua, que provocan insalubridad y muerte.

En un sistema erigido en la lucha de clases, donde la base principal es la propiedad privada, no podemos esperar que las medicinas y todos los avances tecnológicos, conocimientos y descubrimientos que pueden curar enfermedades, no sean una mercancía.

En el capitalismo todo es una mercancía, a la cual sólo tienen acceso aquellos que puedan pagarla. Entonces, cuando los políticos nos hablan de compromisos para mejorar la salud de la clase desprotegida, pero no nos dicen cómo lo harán, podemos deducir que eso no es posible. 

Por lo menos no mientras el sistema siga siendo el mismo: un sistema de explotación, de acaparamiento, de desigualdades sociales, un sistema cuyo único objetivo es obtener la mayor ganancia y generar la mayor riqueza, para unos cuantos, para los verdaderos monopolios que están acabando con el mundo.

El antagonismo entre el capitalismo y la salud, que afecta la continuidad de la vida, reclama ya una intervención inmediata del movimiento de las masas, de una lucha organizada, con objetivos claros, con conocimientos conscientes de lo que realmente podrá, liberar a nuestra clase trabajadora.

Y por lo menos en México no hay otro movimiento que cumpla con estas características, como el Movimiento Antorchista, que ha demostrado conciencia de la necesidad urgente de unificarse, educarse y organizarse con nuestra clase proletaria, para luchar por un cambio de raíz, por una sociedad verdaderamente equitativa, más justa y más humana, donde la muerte sea sólo un fenómeno fisiológico que llegue a su tiempo en cada uno y no sea provocado anticipadamente por un capitalismo rapaz.

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