MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La Feria de la Unidad de los Pueblos y el Tecomatlán de ayer

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En todos lados hay algo qué admirar. México está lleno de bellezas, unas naturales y otras creadas por el trabajo del hombre, que son las más. Desde tiempos remotos las construcciones de infraestructura urbana, los edificios hermosos y funcionales, las instalaciones arquitectónicas bien diseñadas con la finalidad de satisfacer las necesidades o las fantasías del género humano, los cuales han sido construido por los asalariados modernos, el trabajo esclavo o de los siervos de la gleba en tiempos más alejados, han admirado a quien las contempla.

Pero hay un lugar en la geografía nacional, único en su tipo, al que el trabajo colectivo y solidario de sus habitantes y del antorchismo nacional, levantó de las ruinas y lo ha llevado a la cima a la que pueden aspirar todos los pueblos marginados. Es la Atenas de la Mixteca poblana, Tecomatlán (lugar de los tecomates o árboles de vasos de agua) pueblo de orígenes prehispánicos, al que la época colonial le heredó un hermosos templo católico de tipo barroco lleno de simbolismos, belleza artística e historias, dando lugar a la celebración religiosa del miércoles de ceniza en honor San Pedro apóstol Patrono de la festividad, y que año con año, desde hace algunas décadas, es de las más emotivas, coloridas, tradicionales, moderna, y galana a nivel nacional, cuya grandeza, guardando las debidas proporciones, sin exagerar, supera a las de la máximas metrópolis. La Feria de la Unidad de los Pueblos se celebra en estas fechas.

Tecomatlán, municipio de Puebla, es motivo de orgullo para los tecomatecos, nacidos y radicados, incluso de los que viven en ciudades como Nueva York o Chicago, Ontario y Québec; CDMX, Monterrey o Guadalajara, por varias razones que no tienen que ver con el natural apego al terruño, y menos con un acedo chovinismo propio de mentes atrasadas. Me atrevería a sostener que incluso, es el mayor orgullo del antorchismo nacional, por el impresionante avance material, social y humano alcanzado en este modelo concreto y viviente de lo que es posible hacer de México si el pueblo pobre se organiza, lucha, empuja la verdadera democracia y llega al poder de la nación, dirigido por hombres de nuevo tipo, que son al mismo tiempo soñadores y realizadores, científicos sociales y apasionados filósofos, amantes de la poesía y acérrimos tierrafirmistas, así como trabajadores incansables, que encuentran la felicidad sólo en la felicidad de los demás, dispuestos a sacrificios por el bien colectivo de toda la sociedad, donde no exista la pobreza.

Un pueblo con apenas cinco mil habitantes, cabecera del municipio del mismo nombre, que tiene todo, menos antros de vicio y embrutecimiento. En Tecomatlán existen escuelas para educar a la gente desde la cuna a la profesional, instalaciones deportivas de primer mundo incluidas sus alberca semi olímpicas y el parque de béisbol, todos los servicios básicos satisfechos, un hospital regional, un hotel que es un gusto contemplarlo, un teatro auditorio en el cual apreciar los más refinados espectáculos; edificios arquitectónicos únicos como su casa de la cultura que semeja una pila de libros y la villa estudiantil, o su arco de bienvenida, impresionante a la vista pero que oculta una belleza mayor en su interior que alberga un museo de la historia del municipio; una alameda y su plaza de fundadores, que son una envidia, y la plaza principal donde se encuentra el palacio municipal antiguo y el moderno, así como sus múltiples parques y jardines que lo hacen un vergel en la desolada y agreste naturaleza del paisaje semi desértico que rodea al pueblo durante la mayor parte del año, compuesta de  una selva baja caducifolia, que se hace gris y sepia de acuerdo al color del suelo. Y más.

Pero, aunque impresionante el resultado, que es posible apreciar a primera vista, más impresionante resulta su proceso, pues Tecomatlán, como las grandes obras creadas por la humanidad no surgió de la nada. Al nuevo Tecomatlán lo hizo el trabajo tenaz, esforzado y continuo de los tecomatecos pobres dirigidos y respaldados por Antorcha Revolucionaria, la cual desde 1974 comenzó su pesada tarea. Antes de ella, sólo existía pavimentada la estrecha carretera por la cual pasaba una vez al día un desvencijado y polvoriento camión de pasajeros; todo el pueblo era serranía con calles desnudas exhibiendo al sol su piedra viva o tepetate, que impedían el parejo caminar de los viandantes, y hacía casi imposible el rodar de vehículos, aún de dos ruedas, cuales eran una “especie” casi desconocida en el lugar. No había drenaje, el agua potable era escasa y sólo en la parte céntrica del poblado habitada por los señores de horca y cuchillo concentradores de todo poder. ¿Escuelas? Sólo una primaria heredada desde la época posrevolucionaria. Sin empleo, sin posibilidades de desarrollo, las tierras de labor concentradas mientras la inmensa mayoría de los campesinos casi morían de hambre sin recursos ni suelo qué labrar.

Pero llegó Antorcha, cantando por la vida, una vida mejor, ofrendándolo todo, por el Tecomatlán que es hoy.

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