MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

El pensamiento moderno: la crisis de la modernidad

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Cuatro siglos después del Renacimiento (siglos XV y XVI), época luminosa de la modernidad que representó un paso gigantesco hacia la emancipación del hombre, proponiendo un proyecto que pretendía superar la escasez, la opresión y la oscuridad de la Edad Media, esta modernidad se ha puesto en entredicho. Es decir, aquel periodo luminoso de esperanza y progreso para el hombre ahora se torna en desencanto y desesperanza.

Aparece el nihilismo en los hombres que asumen el poder, ya que la modernidad obedece a la codicia y al afán de dominio. El desarrollo industrial, el crecimiento de los mercados y la necesidad de bienes y servicios hicieron que la naturaleza fuera socavada y expoliada hasta inhabilitarla como morada del hombre. La tecnología al servicio del dinero y el poder fue destruyendo su propio entorno. De esta manera, el universo y la naturaleza dejaron de ser un todo único en armonía con el hombre.

Tras el fracaso del socialismo real, las sociedades actuales tienden a identificarse con las democráticas, entendidas como sociedades que no sufran de autoridades irracionales. Sin embargo, tampoco han funcionado. 

Los objetos materiales extraídos de la naturaleza se ajustan a los intereses de la codicia y el afán de dominio de unos cuantos hombres que asumen el poder económico y político. La inmensidad y riqueza de la naturaleza son concebidas sólo como un elemento de utilidad para este puñado de hombres que detentan el poder. El hombre aparece entonces, no como parte armónica del todo, sino como opuesto al todo. Asoma así el nihilismo, cuando el hombre niega el fundamento objetivo en el conocimiento y renuncia a todo principio político y social. El interés individual de unos cuantos se encuentra por encima de todo.

El desarrollo del capitalismo condujo a la formación de sociedades ciertamente más racionales pero finalmente sometidas a la enajenación del mercado, a la explotación del trabajo asalariado y al olvido de los principios y valores de justicia, solidaridad e igualdad social. La modernidad del capitalismo ha traído desempleo permanente, pobreza, opresión y desigualdad económica y social.

La posición de la modernidad en la historia

El Renacimiento le permitía al hombre, por fin, concebirse como actor activo de su propia historia. La idea de la historia entendida como progreso racional continuo hacia una sociedad emancipada apuntalaba las ideas del Renacimiento.

El mundo actual construido por el hombre se encuentra muy lejos de la ciudad ideal concebida por Leonardo o Campanella. Por un lado, las contradicciones del capitalismo se agudizan y el abismo entre unos pocos que lo tienen todo y la inmensa mayoría que carece de lo indispensable, se agudizan. Por otro lado, las revoluciones socialistas no le entregaron el poder de manera plena al pueblo y, por tanto, construyeron Estados burocráticos.

Sin embargo, el burocratismo de los Estados socialistas no significa el fin de las ideas revolucionarias que inspiraron el socialismo, aunque hay que reconocer que sí atenuaron la fe en el progreso irreversible de la historia hacia la realización de un proyecto emancipador.

La relación del hombre con la naturaleza y con la sociedad. El predominio de la racionalidad instrumental permitió el dominio sobre la naturaleza y el control sobre las fuerzas sociales. La racionalización de las relaciones sociales del sistema capitalista superó al régimen feudal que se apoyaba en creencias y valoraciones dogmáticas sustentadas en la superstición y la tradición.

La modernidad implicaba una vigorosa economía regulada; las relaciones sociales debían sujetarse a los ordenamientos legales y se requería una administración pública eficaz. Para ello se requería un aparato de Estado encargado de asegurar el buen funcionamiento de la sociedad y el orden jurídico, mientras que las leyes del mercado se encargarían de garantizar la correcta producción y distribución de bienes materiales y servicios.

Sin embargo, después del fracaso del socialismo real, las sociedades actuales tienden a identificarse con las sociedades democráticas, entendidas como sociedades que no sufran de arbitrariedades en las decisiones públicas y de autoridades irracionales. Sin embargo, tampoco han funcionado. 

La política en los países desarrollados ha dejado de ser el arte de proyectar y decidir el futuro de una sociedad para convertirse cada vez más en la técnica de mantener el funcionamiento de una máquina regulada. La política convertida en ingeniería del poder donde el individuo participa cada vez menos en las decisiones públicas y su intervención se limita a participar en los procesos electorales.

Se genera una concepción individualista del mundo

Si bien, el individualismo fue inseparable del reconocimiento de la dignidad del hombre que pregonaron los humanistas del Renacimiento y que, posteriormente, se tradujo en la proclamación de los derechos humanos, entendida esta individualidad como la preservación de la dignidad del hombre y su inclusión racional a la vida social, lo cierto es que, con el arribo del régimen capitalista, se promovió el individualismo burgués en un doble sentido: por un lado, como una persona que posee su vida familiar y que tiene derecho no solo a su privacidad, sino que, guiada por la codicia que obedece solo a intereses egoístas de acrecentar sus pertenencias, defiende su propiedad a toda costa frente a la comunidad.

Para el individualista burgués, la sociedad es sólo el mercado donde compiten los intereses particulares. Por otro lado, al reducirse la sociedad a la suma de individuos queda la persona sola frente al sistema abstracto que la regula y controla.

La utopía renacentista puede desembocar en un mundo degradado donde el hombre se convierte en un objeto sin sentido. La figura del mundo moderno tiende a desvanecerse.

Considero que no han perdido vigencia las ideas revolucionarias que promueven como posible la existencia de un mundo mejor. Son ideas que siguen siendo vigentes. Que el pensamiento renacentista dio luz al hombre frente al oscurantismo feudal fue un proceso necesario y propio de su tiempo.

Como advierte Villoro, existen hombres que, ante la crisis de la modernidad, se refugian en la nostalgia por el pasado asumiendo posiciones conservadoras y reaccionarias que sólo convienen al orden existente.

El realismo escéptico, entendido como aquella concepción que considera que ni la ciencia, la técnica y la historia, ni el ejercicio del poder requieren justificación y que, por tanto, mantienen siempre en duda permanente la posibilidad emancipadora del hombre, es a mi juicio una opción no válida porque de igual manera nos conduce a posiciones conservadoras que niegan el cambio. Se conforman la democracia liberal y el régimen de libre mercado.

Al igual que Villoro, considero que debe alentarse un pensamiento innovador que supere las insuficiencias de sistemas explotadores y autoritarios. Sin embargo, no comparto la opinión del autor cuando caracteriza al nuevo orden sujeto al libre mercado y normas jurídicas imparciales. La producción y distribución de bienes y servicios, a mi juicio, no pueden estar sujetas al libre mercado, deben obedecer al interés social y no al de la ganancia. 

Y por otro lado, considero que, en una sociedad dividida entre unos pocos que tienen todo y la inmensa mayoría que vive en la miseria, las normas jurídicas deben favorecer de manera parcial a los sectores más vulnerables.

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