MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

El conocimiento científico nos ayudaría a curar una sociedad enferma

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En una colaboración anterior cité a Carlos Marx y Federico Engels, genios del pensamiento, quienes mediante el método científico establecieron el verdadero concepto de libertad como la posibilidad (en el sentido de la permisibilidad social y sobre todo de la capacidad material) de lograr los objetivos conociendo y entendiendo al objeto, a las leyes de su movimiento, para actuar conforme a ellas, y no conforme a un “libre albedrío” (que en realidad no es libre), y así obtener el resultado deseado.

La libertad nace de la necesidad, de su conocimiento; libertad no es, pues, “hacer lo que se quiera”, sino el conocimiento científico de las cosas y su dominio. Un ejemplo sería la capacidad que tiene el hombre para hacer volar un artilugio de 4 mil 800 toneladas de peso, controlarlo y hacerlo aterrizar, para lo cual se ocupa mucho más que “ganas”, pretensión y libre albedrío, sino el dominio de las matemáticas, la física y la química. Con el conocimiento, hoy el hombre lanza cohetes al espacio, lo que antes fue una fantasía y luego una teoría, antes de ser una realidad. 

Del mismo modo se puede corregir el modo de producción de los bienes materiales, si se alcanza el conocimiento adecuado y se entienden sus leyes. Eso se propusieron estos genios y dedicaron su vida a desentrañar el modo de lograrlo, estudiándolo para conocer sus leyes. Hoy no dominamos el modo de producción, sino que él nos domina, eso es la causa verdadera de la desigualdad, es decir de la pobreza de muchos y la riqueza grosera de unos cuantos, que es, a su vez, la profunda causa de TODOS los males sociales actuales. Para comprobar esto bastaría abrir los ojos, pues estos males son una realidad que nos golpea en la cara y nos acongoja el alma. Pero conviene entenderlo mejor a la luz de la ciencia marxista.

Ya dijimos que el modo actual de producción solo funciona como la combinación y el choque de interminables voluntades de propietarios privados; esas fuerzas individuales no empujan en el mismo sentido, no tienen el mismo objetivo. El sistema, así, es una selva en la que solo sobreviven los más despiadados, quienes no tienen la oportunidad de pensar en los demás ni en el colectivo, pues todos los demás también quieren lo mismo, y si ellos se los permiten, pierden y desaparecen. Deben aplastar a los demás y ganar la competencia. Esto provoca inevitablemente resultados ajenos a la voluntad del hombre como conjunto social, resultados que, además, se concretan cuando ya se cayó el modelo, sobrevino la crisis y todos esos males que nos agobian que ya mencionamos, colapso en el que los más despiadados e inmorales resultan beneficiados y terminan acaparando la riqueza.

La “ciencia” económica burguesa, de hecho, tiene como único fin “enseñar” a moverse en este sistema de competencias e intentar ganar, es decir, enseña a aplastar y martirizar a los demás y justifica así las peores acciones y las tragedias a las que califica de males necesarios. Es el precio de la “libertad”, en la que los mejores, los más “trabajadores y esforzados” sobresalen por encima de los “mediocres y holgazanes”.

El sistema te convierte en un chacal.

Esta “libre competencia” se realiza en el “libre mercado”. Cualquier control del mercado, dicen, sea con leyes, prohibiciones e interferencias del estado, crea distorsiones, y genera resultados negativos, y todas sus tesis y propuestas tienen como marco el mercado, y aseguran que las tragedias sociales son superables en este sistema, que es solo una cuestión de tiempo para que la riqueza se filtre, y se distribuya en toda la sociedad. Los resultados después de siglos de evolución del mercado los contradicen, y demuestran que esas tesis son falsas. No se equivocan, sino que saben que mienten. Es precisamente el sistema actuando.

¿Y por qué se necesita el mercado?  Carlos Marx analizó y reveló los secretos del mercado. No hay otro modo de que se realice el metabolismo social en una sociedad de “libres” productores independientes. Desde que el hombre existe como especie, ha necesitado producir sus satisfactores, ni más ni menos como lo hace cualquier otro ser vivo. Pero, a diferencia de los demás animales, el hombre tiene la consciencia y la sociedad, ha vivido en colectivo y lo hizo desde el inicio como un conjunto social en cuyo interior no existía la competencia, sino que todos trabajan mutuamente, según sus capacidades para aportar al conjunto social y recibir de este lo que necesita para sobrevivir. 

Ese colectivo desaparecía en donde terminaba el conjunto social. Las antiguas gens (tribus) que eran enormes familias colectivas, se veían obligadas a llevar los excedentes del trabajo del grupo para intercambiarlo con otro grupo; ese otro grupo ya no es parte del colectivo, el acto de entregar parte del propio trabajo a otros, para obtener los productos del trabajo de esos otros, ya no es un acto de coordinación social para la supervivencia mutua (como sucede dentro del grupo), sino un acto material de intercambio que se mide y tasa estrictamente, que se realiza si se llega a un acuerdo, y este se logra cuando las partes tienen cada una por su lado la cantidad de productos del trabajo equiparables que la otra parte acepte.

De este modo, el carácter social de las relaciones entre los hombres desaparece. El trabajo deja de ser la aportación de cada uno al conjunto social, para convertirse, en el intercambio, en relaciones materiales (no sociales) entre los dos grupos independientes. y se realiza en el mercado. Marx lo llamó el fetichismo de la mercancía. Al surgir la propiedad privada, desaparece el colectivo, los hombres se atomizan en seres productivos independientes y particulares. El colectivo pervive ya solamente en algunos asuntos que pasan a denominarse como públicos (no particulares), pero domina la propiedad privada. 

Las relaciones entre los hombres, productores independientes, particulares, han dejado de ser colectivas. El intercambio de productos del trabajo entre estos hombres particulares ya solamente se puede realizar a través del mercado que es, con ya vemos, después de siglos de evolución, el causante de todas las tragedias que han atormentado a la sociedad, ensañándose en los más desprotegidos que han pasado a ser las clases dominadas, sometidas, explotadas por las clases poderosas, privilegiadas, que son cada vez más dueñas de todo y todo lo controlan, más soberbias y desalmadas, en función misma de ese papel de clases dominantes, exigiendo los más inconcebibles privilegios, al lado de las más sórdidas carencias y vicios, y del crimen que se alimenta de ambos. Existe, pues, relación causa-efecto entre propiedad privada, mercado y desigualdad social, así como entre esta y todos los males sociales. 

Y si esto es cierto, como lo es, para modificar el efecto, se debe modificar su causa. Pretender corregir la desigualdad y todos estos males sin modificar la propiedad privada es una mentira o, en el mejor de los casos, una utopía. Pero Marx no fue el primero en establecer esta verdad, de hecho, la relación causa-efecto entre la propiedad privada y las desigualdades sociales, la supresión de la propiedad y la puesta en común de los bienes de la tierra para uso y disfrute de todos los seres humanos constituyen tres constantes en las utopías elaboradas a lo largo de la historia de humanidad. La diferencia entre la ciencia y la utopía no es una línea tan delgada, y se puede apreciar no solo en las ideas, sino en el efecto que estas tienen.

¿En que se diferencia la teoría social marxista de las demás teorías de los socialistas utópicos?, ¿será cierto que Marx logra convertirla en ciencia y cómo logra finalmente hacerlo?, y, luego, ¿qué podemos hacer los humildes mortales en este sentido para ayudar? Eso lo trataremos de ver en la siguiente oportunidad.
 

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