MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Cultura que empobrece

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Una de las tantas conclusiones que se obtienen de la “Encuesta nacional sobre hábitos y consumos culturales 2020” que realizó la UNAM es que las personas que cuentan con un capital cultural por arriba del promedio pertenecen a una clase media, con estudios sobre todo en licenciatura y que reciben ingresos por arriba del ingreso más bajo; recordemos los planteamientos de Bourdieu, que evoca los mecanismos que instruye, por una parte, una institución educativa a través de procesos cognitivos y educativos que la persona va adquiriendo; y, por otra, el nivel socioeconómico que permiten desarrollar ciertas habilidades culturales; esto parece confirmarse cuando revisamos en la Encuesta que existe una relación evidente entre el  grado de estudio y la importancia que le da el individuo a la cultura en la sociedad: entre menos escolaridad se tenga, menos interés existe por la cultura.

Por otro lado, los jóvenes conciben la cultura como “algo del pasado” que no le corresponde a su generación, como una antigualla. El interés cultural -como todo los componentes de la cosmovisión- depende de las condicionantes sociales en las que se ha desarrollado el individuo (los medios de comunicación, del discurso de las élites, de la información que se brinda en la familia, la escuela, o del ambiente, etc); de esa circunstancia brota la formación de “conceptos”: lo que es bueno, lo malo, lo bello, lo útil, etc; en nuestra época vemos crecer el poder de influencia del mercado en la formulación de estos conceptos, es decir, la omnipresente voz de los dueños del mercado en los medios de comunicación masiva, no ya solamente en los típicos  (tv, radio, etc) sino en los digitales móviles; los primeros anclaban al consumidor a sus horarios, los segundos tienen la versatilidad de ajustarse al horario deseado (y más allá). Digamos de paso que la encuesta referida nos informa que el uso de teléfonos móviles tiene una cobertura casi universal, es decir, incluye todas las clases sociales y es casi absoluto entre los jóvenes.         

Ahora bien, si los medios de comunicación son aprovechados hegemónicamente por los dueños del mercado, el discurso con frecuencia apunta a reforzar la justificación de su estatus social y, con esto, generar una manipulación al resto de la población con el objeto de generar mayores ganancias pecuniarias. Lo que se comunica en los medios digitales pasa bajo el prisma del beneficio económico. Y en el mundo de los negocios resulta una obviedad asegurar que no hay una responsabilidad social para prestar un servicio educativo o cultural. Las empresas buscan el empoderamiento económico, no el aculturamiento masivo. Ellos se adecuan a lo demandado por su público y el público va siendo moldeado al gusto mercantil. Y si agregamos que la cultura es producto de la inteligencia y que casi siempre se presenta bajo esquemas complejos, intelectualmente hablando, o bien que para su mayor disfrute se requiere del conocimiento social e histórico sobre el que subyace la obra, entonces es natural comprender por qué no son los principales contenidos ofertados, porqué su goce es prácticamente reducido a un sector minoritario.  Con todo, aún existe público para la cultura, en su sentido más clásico; aunque el público es cada vez menos popular y menos juvenil.

Lo peor de ello es que el gobierno federal de nuestro país se ha declarado indiferente al problema. Los datos oficiales aprobados para el presupuesto federal 2022, asegura Sara S. Pozos, revelan que cerca del 25% del presupuesto en cultura está destinado o etiquetado para la ampliación del bosque de Chapultepec, un programa que en realidad debería ubicarse en mejoramiento urbano y no en cultura. O el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, que en todo el sexenio anterior dio 10% más becas con montos promedio 30% superiores a los otorgados en el presente sexenio. Resulta entonces preocupante que la tendencia a reducir el gasto en cultura sea la constante. Si, a la par de los recortes federales, se suman los estatales, la preocupación es aún mayor porque en unos años dejará de haber cultura en nuestro país o ésta será solo para los más ricos o ricos.

Como vemos, a los sectores mayoritarios, no sólo se les castiga con la miseria material, sino, también la cultural; y esta última es la esperanza para cambiar su situación. El sentido crítico puede agudizarse con las prácticas culturales y viceversa, sin ellas, el conformismo, la estrechez de miras permanece o se intensifica.

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