MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Culpar al pueblo del desastre es justificar la improvisación ante la pandemia

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Con todo respeto, pero no se debe responsabilizar al pueblo humilde en caso de que falle la débil e improvisada estrategia gubernamental federal y estatal contra el Covid-19 en nuestro país. De ninguna manera. Es una vileza echarle la culpa del desastre a un pueblo hambriento y a sus características culturales, prohijadas por el capitalismo durante 200 años y su forma neoliberal durante cuatro décadas. La clase social dominante durante esos años en México, perfectamente aliada y sometida al imperialismo yanqui, es la verdadera responsable de la debilidad estructural de nuestra sociedad, de su inepto sistema nacional de salud y del bajísimo nivel cultural y educativo de nuestro pueblo, pero nunca aceptará su responsabilidad. Esa clase dominante, con su sistema económico, hoy sigue en el poder; son las mismas familias con los mismos apellidos, con matrimonios entre ellos mismos por negocio, y se han cambiado de camiseta política por décadas como cambiarse de calcetines: se han probado de todos los colores: albiazul, tricolor, amarillo cadavérico, verde de cinematógrafo, otros colorcitos de los que ya ni se acuerda el pueblo y hoy, flamante camiseta color morena. Pero es la misma clase social, es la misma, ha gobernado y se ha enriquecido a su antojo y ha sido muy buena para producir más de 100 millones de pobres a los que explota. Los humildes no han gobernado este país nunca, su voto ha sido siempre secuestrado, por tanto no son responsables de cómo está diseñado México ni de sus debilidades estructurales. Le han dejado su huella, claro, pero a lo más que llegamos fue a sentar a Villa y a Zapata en la silla presidencial por breves instantes, minutos, y ya sabemos cómo nos los mataron después. Aclaro que lo aquí señalado no quiere decir que los antorchistas no nos comportemos civilmente y obedezcamos hasta donde sea racionalmente posible. Entender el origen de las debilidades culturales de nuestro pueblo no nos autoriza a seguir el mismo camino, al contrario, debemos superarnos. Y entender también la emergencia sanitaria, la realidad del peligro, nos obliga a portarnos con mucha precaución y responsabilidad, por supuesto. Pero tenemos claro que el hambre, la miseria, la incultura son el mejor caldo de cultivo de cualquier virus y del caos: esa es la herencia que nos han dejado dos siglos de oprobio, de saqueo de nuestras riquezas naturales y de enriquecimiento irracional de algunos pocos. Y hoy los hipócritas reniegan y se horrorizan de su engendro.

Pero que no quieran los poderosos eludir su responsabilidad histórica y le echen la culpa a los pobres por ser pobres, por no ser conscientes y no querer quedarse en casa sin comer y sin atención a sus enfermos, sin dinero para medicinas. Esa clase no entiende que no es ninguna exageración eso de que si no mueres de Covid-19 será de hambre. Amigos, es necesario tomar en cuenta algunos datos, para quitarnos de encima ese otro estigma que se nos quiere implantar en la conciencia popular, como otra pesada losa sobre los complejos que de por sí agobian a nuestro pueblo mestizo e indígena, porque si como pueblo salimos de ésta sintiéndonos culpables y maldiciéndonos, tardaremos quizá otro siglo en recuperar la confianza como nación y enriqueciendo, mientras tanto, a quienes nos pagan una miseria por nuestro trabajo...y no estamos para eso: ¡ánimo!, debemos empezar a resolver nuestros problemas nacionales ya, los humildes debemos gobernar este país y proponernos acabar con la pobreza en 15 o 20 años; las experiencias de otros países prueban que es posible: con todo el desprecio con que la tratan en los medios de comunicación, China está a punto de acabar con la pobreza en su patria de 1300 millones de personas, diez veces más que nosotros; quizá por eso la odian tanto.

Ya se inicia también la criminalización de quienes buscan, y buscarán por cientos de miles, qué comer en estos días. Ya se buscan declaraciones exorbitantes para justificar la impotencia sanitaria y la falta de autoridad moral de los gobiernos, como esa de acusar de tener "poca madre" a los primeros desesperados, de que les vale un cacahuate. Ya se escuchan declaraciones que supeditan o condicionan el éxito de los programas oficiales, y de todas las medidas y sesudas recomendaciones contra la pandemia, a la decisión popular de quedarse en casa, o sea, si nuestro plan falla, fue porque tú, pueblo, no hiciste caso de quedarte en casa, cuando no hay las condiciones domésticas ni el apoyo gubernamental necesario para que nuestra gente resista en casa varios semanas y menos meses; es una infamia. "Y como no obedeces, ahí te van los toletazos y las armas".

La dialéctica, esa bendita terca, no nos deja en paz y otra vez, tras el pandemonio de argumentos hay dos visiones del mundo contrapuestas; una dice: el desastre que se avecina será causa de la desobediencia y la irresponsabilidad del pueblo; se trata de una visión idealista que conduce al castigo corporal y que deja intactas las razones más profundas; la otra dice: será causa del modelo económico que genera un injusto reparto de la riqueza social, que no niega, sino explica a la primera, visión filosófica materialista que conduce a la transformación de la realidad como remedio radical y a medidas inmediatas de distribución justa de la riqueza social, en aras de garantizar la paz y la convivencia racionales. Y en abono a las condiciones materiales en que se desenvuelve nuestro amenazado pueblo, veamos las cifras, muy básicas:

El doctor Julio Boltvinik, uno de los más prestigiosos demógrafos de país, nos ilustra (La Jornada, 3 de abril). Dato: al momento que llegan la crisis económica y la pandemia a nuestro territorio 91 millones de mexicanos "viven al día y para sobrevivir necesitan mantener su flujo de ingresos"; o sea, necesitaban desde antes de la crisis salir de sus casas a conseguir qué comer. ¡91 millones, diariamente! Dato: De 35 millones de hogares mexicanos que tenemos, 24 sufren carencias diversas, como por ejemplo tener máximo uno o dos cuartos dónde dormir; ello genera que 51 millones de mexicanos vivan hacinados, es decir, amontonados, apretujados en una o dos habitaciones por familia; o sea, si uno de la familia se enferma de cualquier enfermedad contagiosa no se le podrá aislar en un cuarto separado porque dicho cuarto no existe; o sea, inevitablemente contagiará a los suyos. Tomando en cuenta tan sólo estos dos aspectos reales de la vida material de nuestra población, a los que no se les da su justa dimensión en los medios de comunicación más populares, ¿sería justo culpar al indefenso de su indefensión, al inculto de su incultura? Es como culpar a un recién nacido por pedir el seno de su madre. Si una vez que nuestro pueblo tuviera todas las posibilidades materiales y espirituales para salir de su miseria, su indefensión e incultura, persistiera en ellas, entonces voy de acuerdo en que se le culpara, pero eso no ha sucedido.

Hoy más que nunca se impone la distribución equitativa de la riqueza y deben empezar los gobiernos por lo más importante y básico: asegurar la alimentación de la población: de otra manera, por no compartir, los que pueden y todo lo tienen, y sus administradores gubernamentales, serán otra vez los responsables de un estallido social y de sus graves consecuencias que durarán décadas. Antorcha exige que se distribuyan alimentos a la población ya, que se establezca a marchas forzadas un sistema federal y estatal que lo garantice sin partidismos ni fines electoreros, hasta que termine la contingencia, pero no con despensitas de 100 pesos para 15 días. Tampoco necesitamos ahorita que los diputados federales de Morena anden aprobando a modo y a espaldas del pueblo leyes egoístas que les garanticen quedarse como diputados por toda la eternidad ni que el presidente López Obrador ande desmañanado cerrando los ojos y negando la realidad en informecitos repetitivos. Tampoco necesitamos que se pongan a echarle la culpa al pueblo en aras de justificar sus propias faltas históricas. No. Necesitamos que asuman su papel y pongan sin dilaciones ni egoísmos todo el aparato estatal nacional y la riqueza social existente en nuestro territorio, de la que se pueda disponer lícitamente, al fin supremo de garantizar la sobrevivencia de la población. Es preferible que su aprobación popular crezca por responder al llamado de la razón, a que conduzcan a la nación al matadero. Pero ya, no queda tiempo que perder.

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