La magnitud de la tragedia es tal que parece que no se puede contabilizar; la angustia y las lágrimas de miles de mexicanos no se pueden registrar ni cristalizar en un censo. Fue tal la dimensión de los deslaves y derrumbes que, en algunas comunidades, la tierra se movió, como si se tratara de un sismo, al menos así lo sintieron sus habitantes, trayendo consigo desgracias y muerte en aquellas viviendas donde un alud los sorprendió, quedando sepultadas por toneladas de tierra y lodo. Miles de familias inundadas y cientos de comunidades arrasadas por la catástrofe, donde hoy sus habitantes se encuentran incomunicados, sin luz eléctrica, sin agua potable, sin víveres y muchos… sin hogar.

Es difícil saber aún cuántas son exactamente las comunidades que, a 12 días de la tragedia, están incomunicadas; el gobierno federal habla de una cantidad, pero en varios de los municipios que enlista aún no se contabilizan todas sus comunidades; el recuento que hacía, hasta el sábado 18, era de 76. Pero sólo daré dos ejemplos que nos hablan del desconocimiento, por un lado, de la situación desesperante que están viviendo aún varios vecinos y, por otro, del propio estado: el municipio de Tianguistengo tiene 71 comunidades y solamente seis tienen acceso (al día de hoy); en San Bartolo Tutotepec son 24 comunidades aisladas, de las que personalmente tengo conocimiento. Asimismo, del municipio de Huehuetla, 15 localidades incomunicadas por la caída de puentes y, en Tenango, de la cordillera de Santa María hacia la parte alta, al menos cinco más. Así que, solamente entre estos cuatro municipios suman 109, aunque, debemos sumar las que aún no tienen comunicación de otros municipios que fueron muy afectados por las lluvias torrenciales, como Acaxochitlán y Agua Blanca en la Sierra Otomí-Tepehua; Pisaflores en la Sierra Gorda, Tepehuacán de Guerrero, Huautla, Yahualica y Xochiatipan en la Huasteca; Meztitlán y Molango en la Sierra Alta.

Para planear la logística de ayuda se debe partir del conocimiento exacto del territorio y de la situación que guardan sus comunidades, pero el hecho de que se envíen víveres por aire a zonas que no fueron seriamente afectadas y que no están incomunicadas por tierra, demuestra desconocimiento por quienes tienen a cargo la tarea. En cambio, pobladores de varias comunidades de Tianguistengo estuvieron casi suplicando un helicóptero para enviar víveres, lo único que se les proporcionó fue una pequeña aeronave que no carga más que la cajuela de un coche: no más de 50 pequeñas despensas para las apartadas comunidades de Tianguistengo. Se necesita mucha más sensibilidad por parte de los funcionarios y, en algunos casos, incluso, que se dejen ayudar. La solidaridad de muchos mexicanos está dando vida y esperanza a muchos hidalguenses.
Pero vayamos a las razones profundas de esta desgracia:
La orografía de Hidalgo, podrán decir algunos, es causa, y en parte tienen razón, pues ciertamente es compleja y diversa, con sierras, lomeríos, cañadas y valles. Muchas viviendas construidas en laderas o en las faldas de los cerros o cerca de la ribera de un río. ¿Pero nos hemos interrogado por qué vive allí la gente? Para responder, necesariamente nos tendremos que remitir a la historia de Hidalgo, a la historia del despojo del que sus habitantes han sido víctimas durante siglos, que les obligó a refugiarse en las partes más remotas y agrestes de la sierra, obligados a dejar sus mejores tierras al más poderoso, sea al Estado o al cacique de la región.
Otra de la importantes razones es la de por sí deficiente infraestructura carretera y el nulo mantenimiento, pues desde hace al menos siete años no se ha destinado recurso alguno por parte de los gobiernos y, obviamente, en el caso de los puentes que no soportaron la embestida de la fuerza del agua, unos por lo antiguo y desgastado del puente y sus estructuras y, en otros, por la deficiente construcción.
Además, a decir de las autoridades de CONAGUA, hubo omisión por parte de los tres niveles de gobierno, porque a pesar de que el sistema metereológico anunció el fenómeno y señaló que era fuerte, no se hizo nada para prevenir las inundaciones, buscar evacuar a la población para salvar vidas, tanto en Hidalgo como en Puebla y Veracruz, o mínimamente para que la gente pudiera resguardar algunas de sus pertenencias, pues como dijo Albert Einstein, “aquellos que tienen el privilegio de saber tienen la obligación de actuar”.

Pero, quizás lo más grave aún, es que a 12 días de iniciada la tragedia todavía existen comunidades aisladas, sin recibir auxilio, y muchas de ellas ni siquiera existen en el radar de las autoridades estatales y federales, y tampoco en el de los presidentes municipales que son, se supone, quienes conocen su municipio, porque al menos lo recorrieron, hace poco, más de un año en busca del voto; pero la mayoría de los alcaldes ni siquiera han hecho presencia en dichas comunidades; otros, como la presidenta de Huehuetla, apareció después de transcurridos más de ocho días de la inundación en la propia cabecera municipal.
Y digo que la tragedia inicia, ya que se presentarán una serie de calamidades que las autoridades y toda la sociedad deberemos enfrentar, pero sobre todo los gobiernos estatales y federal (los municipales están totalmente rebasados): limpieza inmediata y restablecer los servicios básicos; reconstruir todas las carreteras, puentes y caminos que permitan la comunicación terrestre a todas las comunidades; levantar las miles de viviendas que fueron arrasadas por las corrientes de agua o el lodo; proporcionar víveres suficientes a las miles de familias que se quedaron sin hogar (portando solamente lo que traían puesto), incluyendo maíz para consumo humano. Y muy importante: instrumentar en lo inmediato un programa de empleo temporal, con un salario justo. Solo así y con la gran solidaridad que el pueblo mexicano ha mostrado a sus hermanos en desgracia podrán revivir las comunidades, la tierra y las familias; Antorcha demandará y apoyará para que esto se haga realidad, porque una calamidad como la que se avecina es inhumana y peligrosa, nosotros no debemos permitir que la miseria que asoma en Hidalgo, Puebla y Veracruz inhiba el alma y paralice las fuerzas.
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