Así como el Día de la Mujer, el Día Internacional de los Trabajadores es de cuna socialista. La primera vez que miles de obreros en el mundo realizaron manifestaciones multitudinarias el 1° de mayo ocurrió en 1890, como resultado de una convocatoria lanzada por la Segunda Asociación Internacional de Trabajadoras, dirigida por Federico Engels; la consigna de entonces era la reducción de la jornada laboral de dieciséis o doce horas a sólo ocho horas diarias.
La lucha económica de los trabajadores es plenamente vigente y debe ser alentada a través de sindicatos independientes del Estado y de los patrones, que verdaderamente defiendan los intereses de los proletarios.
A partir de entonces, el 1° de mayo se convirtió en la fecha en que cada año cientos de sindicatos y organizaciones de trabajadores en todo el mundo salían a las calles a exigir a sus patrones y a los gobiernos capitalistas mejores condiciones laborales, incrementos salariales y prestaciones que elevaran la calidad de vida de sus familias.
Durante muchas décadas, la existencia del primer Estado socialista en la URSS obligó a los grandes capitalistas y a sus gobiernos a garantizar y ampliar los derechos laborales de los trabajadores, por el temor de que en sus países estos se organizaran masivamente en partidos socialistas y que, siguiendo el ejemplo de la URSS, encabezaran revoluciones que llevaran al poder político a los obreros y campesinos.
Fue así como se concedieron la jornada laboral de ocho horas, los sistemas de seguridad social, la atención médica gratuita, el derecho a una pensión para el retiro, los sistemas de vivienda digna para los trabajadores y sus familias, el reparto de utilidades, el derecho a vacaciones pagadas, entre muchas otras prestaciones.
Es cierto que dichas mejoras no atentaban contra la existencia de la explotación capitalista basada en la extracción de trabajo no pagado a los obreros y, al mismo tiempo, eran resultado de la lucha sindical en acuerdo con los propios patrones y el Estado, a través de sindicatos charros; sin embargo, por mucho tiempo sirvieron para garantizar una vida digna para millones de obreros en todo el mundo.
Sin embargo, tras la disolución de la URSS y la puesta en marcha del neoliberalismo a mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, ocurrió una embestida frontal de los patrones en contra de los derechos de los trabajadores, porque estos implican una reducción en sus márgenes de ganancia.
Poco a poco, y con muy poca resistencia de los trabajadores, se fueron cortando los subsidios estatales a los sistemas de salud, vivienda y seguridad social; los salarios reales sufrieron reducciones considerables ante el voraz incremento de los precios de las mercancías, lo que obligó a los trabajadores a tener que laborar “horas extras” y otras formas refinadas de explotación.
Al mismo tiempo, se despojó a los sindicatos de toda intención de lucha genuina y se les convirtió en simples apéndices de las empresas, encargados de velar no por los intereses de los obreros, sino de los patrones. El resultado de esta “revolución” neoliberal fue la precarización del trabajo y el crecimiento exponencial de la desigualdad en el mundo entero.
La precarización laboral se volvió especialmente grave en los países de capitalismo subdesarrollado, como México, que en el marco de la globalización de las cadenas de producción se vieron obligados a reducir considerablemente las condiciones laborales de los trabajadores para ser atractivos a la inversión de capital extranjero, principalmente estadounidense, pues su “competitividad” se basa precisamente en su oferta de mano de obra barata.
Esta es la razón de que, en la actualidad, según datos de Oxfam México para 2024, más del 35 % de la población mexicana, equivalente a más de 45.4 millones de personas, viva en “pobreza laboral”; es decir, que aunque tienen un empleo, sus ingresos no les son suficientes para comprar los productos de la canasta básica alimentaria y, mucho menos, para tener garantizada la salud, una vivienda digna, educación de calidad para sus hijos y el derecho al esparcimiento.
Al mismo tiempo, la desocupación laboral ha crecido exponencialmente en las últimas décadas, llegando al extremo de que en la actualidad más de la mitad de la fuerza laboral mexicana —el 61.1 % de los trabajadores, o sea, poco más de 32.2 millones de personas— subsistan en el llamado empleo informal; esto es, autoempleándose en lo que pueden o en puestos laborales sin contratos fijos ni prestaciones legales, con salarios de supervivencia y sin acceso a los tan publicitados aumentos salariales del gobierno de la 4T, igualmente anulados por el incremento de los precios de los alimentos y otros productos básicos.
La indefensión de los trabajadores también ha provocado la paulatina desaparición del modelo tradicional de trabajo entre los empleados y las grandes empresas, en el cual recibían salarios fijos y remuneradores, en el que la relación de trabajo era directa, estable y con tiempo establecido.
Dicho modelo ha sido suplantado por otras formas en las cuales se combina la informalidad, disfrazada con figuras de “libre asociación”, como con las plataformas digitales de entrega de comida, taxis digitales, paquetería, etcétera; así como por modalidades en las cuales los contratos son de corto plazo, como el outsourcing, o de horarios flexibles, como los llamados freelancers, gente que trabaja desde su casa y con sus propias herramientas de trabajo, muchas veces no sólo para un patrón, sino para varios.
Los patrones también han encontrado múltiples formas para evadir el cumplimiento de las leyes laborales vigentes o para impedir la libre asociación de los trabajadores, inventando figuras legales como las franquicias, en las cuales no existe un solo patrón sino muchos, y las unidades comerciales están individualizadas de tal manera que, aunque utilizan la misma identidad visual y venden los mismos productos, legalmente funcionan como empresas particulares. Así funcionan miles de tiendas de conveniencia, cines, plazas comerciales, tiendas de ropa y calzado, productos milagrosos y un largo etcétera.
Con ello han logrado impedir la sindicalización de los trabajadores y contratar principalmente a gente joven por un breve periodo de tiempo, con bajísimos salarios y ninguna o muy pocas prestaciones laborales.
Así pues, en el mundo actual del capital, la necesidad de que los trabajadores levanten sus genuinas banderas de lucha se vuelve imperiosa, como urgente también es que se conozca el verdadero origen del Día Internacional de los Trabajadores, como una gran aportación de los partidos socialistas a la humanidad, en su lucha por la construcción de una sociedad nueva.
La lucha económica de los trabajadores es plenamente vigente y debe ser alentada a través de sindicatos independientes del Estado y de los patrones, que verdaderamente defiendan los intereses de los proletarios; pero también es plenamente vigente la necesidad de la formación de un partido revolucionario que insufle conciencia política a los trabajadores y los encabece en la lucha política para transformar de raíz la injusta sociedad en la que vivimos.
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